lunes, 18 de agosto de 2008

Fiesta Nacional de los Estudiantes

NADIE QUEDA AFUERA DEL CONVITE

Llega Septiembre. “Tan rápido pasó el año”, pensarán algunos, otros agradecerán que el Viento Norte deje de arrojarnos tierra a los ojos y electrizarnos la ropa. Pero los alumnos secundarios, los adolescentes de Jujuy saben que llegó SU tiempo, el de la Fiesta Nacional de los Estudiantes.
Con el correr de esos días particulares, terminan sumándose todos aquellos que al comienzo de mes reniegan de las calles cortadas porque pasa una carroza, de la proliferación de rifas para la construcción de una carroza con premios de todo tipo –tangibles e intangibles-, porque los hijos tienen “asistencia perfecta” en los bailes de elección de la Reina de un colegio o en los “canchones”. En síntesis, son los Estudiantes que con su energía y vitalidad revolucionan a todo un pueblo. Y quieran o no, nadie queda afuera del convite.
Como una parodia improvisada de “Polémica en el Bar” (con perdón del “Ruso” Sofovich) en confiterías y mesas familiares comienzan las discusiones bizantinas sobre si las carrozas de hace más de medio siglo, o de algunos años cercanos eran más artesanales, y surge con enorme fuerza en cualquier jujeño o jujeña, con las sienes ya plateadas, el amor eterno por “su” colegio para asegurar que “la mejor carroza fue cuando yo me recibí”.
Y en este diálogo casi de sordos, solamente un jujeño sabe de que se trata cuando se dice “las ardillitas del Industrial” o “los cisnes del Santa Bárbara” o “el Manto Español que hizo el Nacional” o “las estatuas de Lola Mora de la Escuela de Arte”. Obviamente, ningún guía de turismo que llegue con un contigente podrá entender y explicar esto, solamente lo puede hacer un baqueano nacido en Jujuy, que aprendió, vivió, disfrutó y transmitió los secretos y las sensaciones de un hecho trascendente en una etapa única de su vida, la Fiesta Nacional de los Estudiantes.
Son sensaciones, experiencias y hasta habilidades, todas difíciles de explicar si no se vivió por lo menos una pequeña parte. Como por ejemplo, éstas.
Para los chicos –y para quienes hacemos esta revista- la primera gran aventura es ir a la elección de la Reina del colegio. Pocos saben lo que alguien con apenas 13 años y con una estatura que ronda el 1,50 siente cuando hay que pedir permiso a “los viejos” para ir al baile y poder volver al amanecer. Y cuidado, que el siguiente obstáculo es cómo vestir, porque está seguro que al baile también irá “la rubita del 1º C y puede ser que la enganche”. Je, je, aunque el papá de “la rubita” no lo conoce, seguro que ya imaginó mil y un maneras de “eliminar” pretendientes precoces.
Ese día en por lo menos una veintena de casas, desde dos semanas antes los papás no andan tranquilos. Primero, porque la nena (de 15 años de edad en la mayoría de los casos y con alguna materia pendiente de aprobar) decidió presentarse como candidata, primera causa de acidez del papá. Y segundo, porque empezaron a correr muy temprano, que el vestido, que la peluquería, que “no te olvidés de avisarle a la abuela”, que el novio opina –otro motivo de acidéz para el papá-, que la amiga, que el horario, y más.
En esto vale detenerse en algo único y muy especial para la niña, el vestido para la ocasión. Debe ser sí o sí de fiesta, largo y si es con brillos, mejor. Obvio, no es prenda de uso cotidiano, pero –como dicen las que saben- “hace un montón durante la presentación”, entonces hay que conseguirlo. De acuerdo a las posibilidades, algunas candidatas los piden prestados, otras pueden comprar modelos top o “lo hace la modista de la tía”, y las menos, tienen el íntimo y exclusivo placer de calzarse “el vestido de mi hermana (también puede ser de una tía o de la mamá), que fue reina del colegio”. Es posible imaginar o comentar la sensación de esa niña mujer?. No, nunca, sólo se vive. Y la de los padres?, ni les cuento.
En otro hogar, el “nene” (mayor o menor que la candidata pero del mismo colegio y otro motivo potencial de acidez para aquel papá) falta desde hace un par de días de la casa. Secuestrado?, no, que va; decidió independizarse de la familia?, menos; es Carrocero. Y ese “título” lleva implícito –salvando las distancias- mayores responsabilidades que las del presidente norteamericano o el secretario general de la ONU, porque construir la carroza del colegio no es para cualquier inexperto ni improvisado.
Pero eso sí, al igual que las candidatas a reina debe cumplir algunos requisitos. Por un lado, también tiene que tener alguna materia pendiente de aprobar para formar parte de “esa gavilla de artistas geniales”, por otra, sus hormonas deben ayudarlo a mostrar en forma instantánea una barba de tres días sin dormir y sin comer cuando la “Reina del Colegio” visite el canchón (aunque recién haya llegado de su casa después de dormir una siesta de oso y de haber engullido una docena de milanesas hechas por la abuela), debe tener un mameluco (en lo posible con restos de grasa, aceite y tierra), y demostrar conocimientos avanzados en electricidad, herrería, soldadura, mecánica, arquitectura, ingeniería, decoración y gastronomía, este último rubro es excluyente porque si no sabe hacer el fuego para un asado en menos de cinco minutos en cualquier lugar y clima, es desechado y sin apelación.
El día del primer desfile de la carroza, también es otro momento inigualable y difícil de explicar, no sólo por los protagonistas principales de esta historia –reina y carrocero- sino también por los papás y el resto de los mayores. Porque ante ellos se presentan de una manera vívida frescos e intensos recuerdos de cuando, 20, 30 o 40 años atrás, ocupaban idénticos roles.
Por qué decirle a la hija Reina –piensa la madre- que debe llegar rápido a la carroza y privarla de sentir el amor que le demuestran los “bajitos” mientras camina por la calle?, o por qué decirle al chango Carrocero –piensa el papá- cómo solucionar un momentáneo apagón de las luces de la carroza, si la conoce como la palma de su mano?
Ya pasaron el palco del jurado, recibieron el primer aluvión de aplausos, habrán de dejar la Avenida Córdoba para ir al canchón y allí, la Reina y el Carrocero ven cumplido el primero de sus sueños.

Desde lo alto de una obra de arte sin igual, única e irrepetible, centro de todas las miradas y los halagos, ella, la Reina, sacará de entre sus atributos una pequeña flor, guardada durante todo el desfile especialmente, y junto a un tierno beso en la sucia mejilla, será el regalo más preciado que puede recibir él, el Carrocero.
Y en medio de un nuevo ataque de acidez, el papá de la Reina con una mirada cómplice le preguntará a la Reina Madre, quien dijo que la Historia no se repite?. Sin dudas, la Fiesta de los Estudiantes es una Historia sin fin.


Textos: Rubén Monerris
Fotos: Ente Autárquico FNE
Sofía Monerris

miércoles, 13 de agosto de 2008

Toreo de la Vincha en Casabindo

Una vez al año, el pequeño pueblo de Casabindo, en plena Puna jujeña, a un poco más de 3.000 m.s.n.m. ve alterada su rutina silenciosa de todo el año. Además de la presencia eterna del viento, de las estrellas y sus casi 300 habitantes, varios miles de “foráneos” se dan cita para participar de las honras a la Virgen de la Asunción. En el mes de la Pachamama, el 15 de agosto el poblador de la Puna y la Quebrada veneran a “la Mamita”, expresándose en una fuerte combinación de fe cristiana, ritos ancestrales y “una costumbre de las Uropas”, el Toreo de la Vincha -la única fiesta taurina incruenta de la Argentina- que luego de la Semana Santa, es la celebración de mayor convocatoria religiosa en Jujuy.
En la Danza de los Cuartos y en la devoción expresada por los Samilantes –los Hombres Suri- ante la Virgen a las puertas de la “Catedral de la Puna”, se pone en evidencia el sincretismo único entre lo religioso y las costumbres originarias que sólo puede convivir en un pueblo de enorme fe católica y, a la vez, con un fuerte respeto en las creencias de sus mayores.
Desde el día anterior, comienzan a congregarse en Casabindo los Misachicos y las bandas de Sikuris que peregrinan desde pueblos vecinos como Cochinoca, Doncellas, Aguas Calientes, Tambillos, recorriendo a pie entre 30 y 50 kilómetros, con sus vírgenes sobre los hombros en sencillas angarillas.
Los peregrinos, sabios, con su piel curtida por el tiempo y de pasos lentos, se detienen frente a la iglesia, se miran entre sí, y sin decir palabra se separan. La mayoría de las mujeres ingresan al templo con las "Mamitas" y se dedican a adornarla y vestirla porque es la principal homenajeada.
La veneración por la Señora no queda sólo allí, también queda reflejada en la Danza de los Samilantes -hombres ataviados con trajes de plumas de Suri y cascabeles en las rodillas y piernas- mientras otras mujeres cumplen con el ritual de la Cuarteada, aferrando un cuarto de cordero con piel que tiene que desmembrarse antes de que termine la ceremonia, para lo que dan vueltas, se agachan y dan más vueltas, con la mente puesta en quién sabe qué pensamientos o plegarias.
El día 15, luego de la procesión por las calles polvorientas del caserío y de la misa, es el tiempo de la Toreada. Ansiosos, los changos aguardan su turno con un poncho puneño en sus manos y toda la fe en su corazón para rescatar de la cornamenta del animal una Vincha Roja adornada con monedas de plata y ofrendársela a la Virgen para lograr su gracia.
A esta cita anual concurren jujeños, salteños, tucumanos, también llegan desde las ciudades bolivianas de Villazón, Potosí o Tarija, y numerosos extranjeros atraídos por una costumbre que se mantiene viva desde la época de la Conquista.
Las energías se recuperan con el asado de cordero, el locro o las empanadas, platos acompañados por abundante chicha, que se venden en la feria levantada en los alrededores de la iglesia, donde también compran diversas mercaderías aquellos que llegan desde lo profundo de la Puna.
Cerca de las seis de la tarde, el Tata Inti comienza a esconderse detrás de la gran cordillera, y el frío y el viento anuncian que la fiesta ha terminado. La polvareda que deja la caravana de autos se pierde en la lejanía del altiplano y en la noche, los ínfimos arroyos se congelan y Casabindo, en medio de la nada, queda acompañada solamente por Quilla, el silencio, la oscuridad absoluta y las estrellas.
Texto: Rubén Monerris
Fotos: Augusto Moreno Prado
Juan Fernández

sábado, 2 de agosto de 2008

Agosto, tiempo de honrar a la Pachamama

Agosto, el octavo mes del año, y el más duro según los abuelos, es el tiempo en que los pueblos de las comunidades originarias del mundo andino, y de la Quebrada y Puna jujeña en particular, cumplen en celebrar y agradecer a la Pachamama, a la Madre Tierra, por las bondades recibidas y volverán a renovar su compromiso y su creencia en Ella.
Apenas concluidas las campanadas que marcan el comienzo del 1 de agosto, las casas, los edificios públicos y demás pertenencias materiales comenzaron a ser cubiertos por el humo “limpiador”, el que se encargará de “espantar los malos espíritus”. Los miembros de la familia, los vecinos, los amigos o sencillamente, los compañeros de trabajo, se reúnen alrededor de una pequeña apacheta y luego de saludarse rezar, proceden a cumplir con la sahumada.
Este ritual, más o menos sencillo, está regido por leyes no escritas que marcan desde el modo de abrir la boca en la tierra hasta la forma de ofrendar y, junto a esto, se hace notar el arte de la copla, que décadas atrás tuvo su propia tonada para cantarla en agosto, el sabor inigualable de la tijtincha, y el denso aroma de la coa, el incienso que –los que saben- lo cosechan, y el resto de los mortales lo compramos en el mercado.

No existe una forma idéntica de cumplir con el ritual, cada familia lo hace a su modo respetando lo que vieron hacer a sus mayores, y de igual modo cada paraje tiene su tonada para cantar la copla. Y como en la rueda de copleros, se respetará la forma en que lo hace el anfitrión o el que más sabe. Contra todo intento de dogmatismo, el culto de la Pachamama está custodiado en la memoria del pueblo, preservando así la verdadera fuente del saber. Esta costumbre, que se mantiene viva y está muy arraigada principalmente en estas regiones norteñas, fue heredada de los ancestros que creían tanto en la Pacha como en el Inti (Sol), perdurando a la par del Evangelio que enseñaban los jesuitas y se mantuvo a lo largo del la línea del tiempo.
Al mediodía, aquellos amigos y familiares, vuelven a reunirse para darle de comer a la Tierra como lo hicieron siempre los mayores, homenajeándola con lo mejor además de obsequiarle coca, chicha y maíz, no va a faltar el cigarrillo, el vino, la quinua y otro producto que el dueño de casa o el que invita a la ceremonia, considere esencial para expresar su agradecimiento a quien le provee de lo necesario para vivir.

Los campesinos le pedirán por buenas cosechas en verano; los ganaderos pedirán por que se multipliquen sus haciendas; los padres, para que proteja a su familia; los estudiantes, para terminar sus estudios; las comunidades indígenas por las tierras donde vivir; los desocupados, por trabajo; y así, el anhelo de esperanzas y favores se depositarán en la Pachamama a lo largo de este mes.
Mitos y leyendas, nunca desmentidos, rezan que en agosto uno debe conducirse con mucha precaución “porque la Pacha está con hambre”, haciéndola responsable de cualquiera de las desgracias que podría sufrir algún mortal. Así pues, los abuelos nos advierten que “ella nunca debe ser olvidada”, por ello cada vez que un quebradeño o un puneño comparte un vaso de vino, tienen por costumbre rociarla primero a Ella y luego, a su salud, terminar con la bebida.
Para algunos, el día dedicado a la Pachamama es el 1 de agosto solamente, para otros, en cambio, son todos los días del mes, y algunos afirman que se la debe honrar únicamente los viernes de agosto, como tampoco hay coincidencias en que la ceremonia debe ser justo al mediodía o a la noche. Pero en lo que si no hay duda alguna, es que el ritual debe realizarse con todo el respecto hacia la Madre Tierra, hacia los pobladores y a los ancestros.

“Pachamama santa tierra!” se escuchará decir durante todo agosto a cualquiera, arrodillado frente a su boca abierta, mientras las manos unidas en cuenco dejarán caer hojas de coca y otras ofrendas llenas de esperanza por protección, una vida posible de alegrías, fecundidad, bondad y todo lo que la Madre Tierra puede brindar, sin egoísmos ni mezquindades. Como siempre.

Texto: Rubén Monerris
Fotos: F. Albarracín (El Tribuno de Jujuy)
Jujuy.com