sábado, 27 de septiembre de 2008

El encuentro grande de la Puna

LA MANKA FIESTA o FIESTA DE LAS OLLAS

En octubre, cuando se han levantado la mayoría de las cosechas, el paisaje ocre de la Puna, de La Quiaca especialmente, comienza a teñirse por unos días con manchas de colores contrastantes, anunciando que comienza la Manka Fiesta o Fiesta de las Ollas de Barro Cocido.

La cita congrega mayoritariamente al hombre de la Puna que llega guiando sus recuas de burros o llamas, algunos más modernos con sus camionetas V8, dispuestos a cumplir con el trueque de sus productos -excedentes en su labor anual- por las mercaderías y objetos necesarios para cumplir con la rutina diaria en parajes donde a veces, hasta la corriente eléctrica resulta un lujo extravagante.
Durante el segundo y tercer fin de semana de octubre, los alfareros trocan las ollas y pailas que dan su nombre a la reunión por charqui, frutas y telas; los salineros, que cortaron panes de sal en las Salinas Grandes, más al sur de la laguna de Guayatayoc, cambian esos pesados bloques blancos por ollas y nuevos ponchos.
El predio donde tiene lugar el encuentro ocupa una gran explanada situada en las afueras de la ciudad fronteriza, y no es fácil perderse ya que todos los caminos conducen a este lugar, que reúne a gran cantidad de personas, la gran mayoría llegada desde pueblos del Sur boliviano, del valle de San Andrés (pueblo vecino a Orán, Salta), de Rinconada, Cochinota, Orosmayo, Pirquitas, también pobladores de la capital provincial y los valles, y turistas.
En la Manka Fiesta es posible encontrar casi todos los productos de la tierra y de la artesanía puneña. Y además todas las comidas típicas, todos los instrumentos musicales y, como no podía ser de otra manera por su condición fronteriza, el rezago del contrabando en pequeña escala, aunque reducido a pequeñas radios, cuchillos y baratijas.


A mitad de mañana, en varios puestos del predio ya está muy avanzado el asado de algunos corderos que luego será degustado por los asistentes, al igual que los picantes de pollo, de conejo, de lengua y de mondongo, junto a tamales, empanadas y la infaltable chicha de maíz, aunque también hay modernos sandwichs, minutas, helados y gaseosas para los poco acostumbrados a la aventura gastronómica.
La Manka Fiesta pervive desde el tiempo en que el Inca era señor en la región y el alma del encuentro está en la importancia que tiene el trueque de productos llegados de Bolivia, de Salta y Jujuy. Una norma tácita, establece que por general de Bolivia llega la alfarería, además de manzanas, orejones, tostados de maíz, habas, sococha y tojo, mientras que los habitantes de la Puna jujeña aportan al mercado los tejidos hechos con lana de llama, ponchos y las papas, mientras que desde los valles vecinos ponen a la venta frutas disecadas, semillas, canastos y sombreros, dando así la forma debida a este gran mercado. Una cosa a tener en cuenta, es que para los llegados de afuera no existe el trueque, y si está interesado en alguno de los productos deberá ser habilidoso en el arte del regateo, no tener prisa, no amilanarse ante la protesta inmediata y acordar un precio justo.
Cuando el sol comienza a esconderse en la cercana Precordillera, el viento y el frío se apersonan en el lugar y la mejor forma de enfrentarlos es disfrutar de las comidas ricas en calorías y de la música autóctona que se comienza a escuchar en algunas peñas e invita a permanecer levantado hasta altas horas de la noche.

Texto: Rubén Monerris
Fotos: Fede Albarracín (El Tribuno de Jujuy)

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Purmamarca

PUEBLO DE LA TIERRA VIRGEN

Tranquilidad?, energía?, historia?, cultura? la imponencia de sus paisajes o la sencillez de su rutina?, cuál o cuáles de estos aspectos es lo que convoca, atrapa y seduce de Purmamarca, uno de los tantos pueblos de la Quebrada de Humahuaca.
En estos días de querer saber la noticia al instante –y en algunos casos, antes de que ocurra- este caserío y sus pobladores representan un verdadero desafío para quienes se someten de forma permanente al mayor de los tiranos, el tiempo.
Sucede que al ingresar al villorio por la moderna RN 52 es como reubicar las hojas de más de una centena de almanaques al encontrarnos con casas cuyos colores logran mimetizarse con los del suelo donde se plantan para dejarle el protagonismo al paisaje multicolor que las rodean, en donde los actores principales son el Cerro de Siete Colores y el Paseo de los Colorados.
Pero cualquiera que piense que este Pueblo de Tierra Virgen es un pueblo más con un par de cerros de paisaje, se equivoca plenamente, hay muchas otras cosas que las puede conocer sólo aquel que esté dispuesto a sentir y a olvidarse del reloj.
Antiguo poblado indígena, la primera referencia de aparición formal, histórica, data del siglo XVII, más precisamente el año 1648, expresado en el dintel de la puerta de su iglesia, consagrada a Santa Rosa de Lima y declarada Monumento Histórico Nacional en el año 1941.
A la par de este edificio, cuentan los memoriosos por tradición oral, bajo la sombra del enorme y varias veces centenario algarrobo fue ajusticiado por los españoles el cacique Viltipoco, líder indígena que comando el último levantamiento de las tribus de la región a fines del siglo XVII.
Parándose uno a la sombra de ese árbol, es difícil no imaginar cuánto pueden haber retumbado entre los cerros que definen la pequeña quebrada, los gritos de libertad de ese guerrero originario de estas tierras.
La iglesia tiene gruesos muros de adobe, una peculiar carpintería de cardón y es un claro ejemplo de la arquitectura religiosa de la
Quebrada de Humahuaca, ubicada como es usual frente a la plaza principal. Su interior es sencillo, acogedor y atesora la imagen de vestir de Santa Rosa de Lima y una serie de pinturas del siglo XVIII sobre la vida de la Patrona del pueblo y La Piedad, del siglo XVII.Hasta aquí, apenas iniciado el paseo por Purmamarca, a tan sólo 63 kilómetros de la ciudad capital queda confirmado que sólo se debe confiar en cada uno de nuestros sentidos y, definitivamente, olvidarse del reloj.
Estar en Purmamarca no significa ubicarse en una posición netamente contemplativa, al contrario, dar un paseo por Los Colorados o caminar hasta la cima de cualquiera de los cerros que están al alcance de la mano, también ayudan a conocerla mucho más y obligan a los ojos a comprometerse a no olvidar ninguno de sus paisajes.
Pero los paseos por las ruinas de Huachichocana o hasta Estancia Grande nos ubican en una dimensión de tiempo muy anterior a la llegada de los conquistadores, porque en cada uno de esos lugares existen mudos testimonios de una época que no vendrá y sólo nos podremos imaginar.
No obstante ello, continúan vivas una serie de costumbres heredadas de los habitantes originarios pero que a la vez expresan su conjunción con la labor de los jesuitas que pasaron por estas tierras. De otra forma no es fácil explicar porqué durante todos los 30 de agosto, día de Santa Rosa de Lima, junto a la procesión católica se presentan los Samilantes, u Hombres-Suri, quienes con su danza le brindan sus respetos y su veneración a la Señora. O porqué, cuando los peregrinos ascienden hasta Punta Corral a acompañar a la Virgen de Copacabana antes de partir y luego de rezar un Ave María le encomiendan a la Pachamama que los acompañe en el camino. No hay manera de explicar todo esto con palabras, solamente hacerlo y disponer el corazón para sentirlo.
El valor de la cultura de Purmamarca no queda sólo en su historia o su arqueología, también están las manos de los artesanos que pueden darle cuerpo a su imaginación en cada pieza de cerámica o de tejidos únicos hechos con lana de oveja o llama o en las melodías musicales que se dejan escuchar en los sikus, las anata, las quenas, cajas o charangos, según lo disponga cada ocasión, con la certeza de que entre sus más famosos cerros nacieron, y nacerán, artistas y músicos intuitivos que compondrán a cada momento un poema o lanzarán una copla al viento para compartir su sentimiento.
Tranquilidad, energía, historia, cultura, paisajes únicos, tiempo que acompaña a la vida y no la corre, con qué nos cautiva Purmamarca?. Pueden ser todos los motivos o quizás sólo uno, pero lo cierto es que en cada momento el tiempo no depende de un reloj, sino de nuestros sentidos.

Texto y fotos: Rubén Monerris